'Están tocando nuestra canción': XVIII Certamen de relato corto 'Rafael González-Castell'


El pasado 26 de marzo 2017, sobre las 19 horas, en la Sala Centinela de Montijo, tuve el honor de acompañar a Piedad González-Castell Zoydo, pues hace tiempo que ella me viene invitando, y, por diversas circunstancias, no he podido hacerlo hasta este año; en concreto, asistí al XVIII Certamen de Relatos Cortos “Rafael González-Castell”. En dicho acto se recibió a Faustino Lara Ibáñez por su relato ganador Soñadores furtivos.

La acogida en la sala fue grata y el trato distinguido dado que la familia González-Castell ha sido y sigue siendo muy respetada en Montijo, pueblo natal de Piedad, el de esta prestigiosa poeta. Ella tuvo la deferencia de presentarme al jurado formado por José Luis Bernal Santos, Manuel Pecellín Lancharro, Carmen Fernández-Daza Álvarez y Lourdes León Gómez.

En ese mismo acto se llevó a cabo la entrega del libro ganador del año anterior, con el título: Están tocando nuestra canción, del escritor Carlos del Pozo Manzanares (en principio como El misterio de las canciones y, después, cambiado). El Trabajo fue publicado por la Diputación de Badajoz y el Ayuntamiento de Montijo, presentado en La Diputación de Badajoz, horas antes de celebrarse el referido evento.

En dicha gala de Montijo estuvo Manuel García Cienfuegos, Cronista Oficial de Montijo y Lobón como presentador; a ella “asistieron el alcalde de Montijo, Manuel Gómez Rodríguez; la concejala de Cultura, Educación y Mujer, María Jesús Rodríguez Villa; la portavoz del Jurado y de la familia González-Castell, Piedad González-Castell, y varios miembros del Jurado entre los que se encontraban Manuel Pecellín Lancharro, Carmen Fernández-Daza Álvarez (secretario y tesorera de la Real Academia de Extremadura) y Lourdes León Gómez, junto con miembros de la familia González-Castell y amigos de la cultura” *, entre ellos estaba mi persona, que quedó enc antada con la asistencia al acto.

A la entrada y salida del evento nos obsequiaron con el ejemplar de Carlos del Pozo, ganador del año pasado, (al que viene se entregará impreso el trabajo ganador de este año: Soñadores furtivos de Fautino Lara) perteneciente al XVIII Certamen de Relatos Cortos “Rafael González-Castell”.

El libro de Carlos del Pozo recoge ocho relatos que tienen como nexo de unión composiciones musicales, con sus respectivos cantantes internacionales. Les acompaña unas melodías muy conocidas, más o menos de la época del autor, nacido en 1963, componen Están tocando nuestra canción. Títulos tan populares como “La mujer que yo quiero”, “Ramito de violetas”, “El muerto vivo”, “Procuro olvidarte”, “Vivir así es morir de amor”, “La flor de la canela”, “Gwendoline” y “La chica de ayer”.

Carlos del Pozo nace en Madrid y “desde 1989 reside en la comarca barcelonesa del Maresme”. Licenciado en Derecho, pertenece al cuerpo superior de letrados de la Administración de Justicia (hombre de buen comer, callado, hermético, gran observador). Autor de relatos, libro de viajes y de novela (tres de ellas premiadas). Ha publicado Los años del Abreviado (2007), Raíles sobre la mar. Un viaje sentimental por el Marasme (2008), Lo que Pilar ha dicho (2010), La vida que se cumplió (2002), Mercedes, el joven poeta y una comedia de Miguel Mihura (2006), Mudanzas y despedidas (2012), Háblame del paraíso azul (2014), Montevideo no se acaba (2015).

* Los ocho relatos nos llevan a una lectura aparentemente sencilla, amplia, directa, en constante empatía con el lector; donde el autor se lanzada desde el primer momento a contar su idea mediante indagaciones formales, claras reminiscencias de juventud, referencias concretas de esa época..., hasta derivar en invenciones o fantasías que vienen perfectamente a cuento con la canción y su respectivo famoso.

Es evidente que el autor es un gran contador de historias, se pone de manifiesto en el ramito de violeta (“uno de los relatos que más ha gustado a Piedad Gonzalez-Castell por ser una idea sencilla, aunque muy bien confeccionada”); es, a su vez, un perfecto conocedor de la voz femenina, de sus acertados razonamientos; entre otros temas: del funcionamiento del club de fans y de los años de instituto de aquella época.

Al final de la mágica velada tuve el sumo gusto de tomar un piscolabis junto al autor y su esposa, la concejala de cultura, Manuel Pecellín Lancharro y la gran poeta anfitriona Gonzalez-Castell. (Piedad fue la que vino conduciendo, camino de vuelta a Badajoz. Al llegar a la ciu dad dejamos “a nuestro Manolo” muy cerca de su casa –porque vinimos y nos fuimos los tres en el coche–). Al bajar él nos dijo adiós; entonces, pensé: “Ahí va un extremeño de pura cepa” (era Don Manuel Pecellín Lancharro, el gran crítico extremeño por excelencia, el que nos había estado hablando durante aquel refrigerio de temas bien interesantes, dignos de recordar para la posteridad). Después seguimos el trayecto hasta llegar a mi casa, donde me bajé. Al mirar a aquella elegante e inteligente poeta, con sombrero oscuro y jerseys gris de lentejuelas, noté en su rostro las huellas de un vivo cansancio; no obstante, también percibí el brillo espectacular que irradiaban sus ojos de diosa: “Fue un acto muy bonito y honorable el que se le ha hecho a tu padre, mi querida amiga –le dije, mientras le daba un beso de despedida–: puedes estar satisfecha y feliz”.

Dentro de poco serán XX las ediciones del premio Rafael González-Castell: hombre insigne que supo dejar a todos un hermoso ejemplo de vida (1885-1965), “hoy día un referente en los círculos y ambientes literarios (...) que ha traspasado nuestras fronteras ya que son varias las obras que participan procedentes de países del ámbito de la Unión Europea e Hispanoamérica”*.

Cuando leas el artículo, mi querida Piedad, supongo que te alegrarás: “ya has sufrido bastante en esta vida con la pérdida... de tu esposo”. Pero esa es otra historia que algún día sabrán los lectores. Feliz semana para todos.

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*Datos que he recogido de María Jesús Villa, concejala de Cultura.

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