Fray Luis de León
¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal rüido
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!

Si hay un nombre unido estrechamente a la imagen de la dorada Salamanca del siglo XVI y su célebre Universidad es el de fray Luis de León: la imagen de la estatua de bronce ante la fachada plateresca del Estudio salmantino resume la amalgama íntima del profesor y su Alma mater, de fray Luis de León y Salamanca. Y sin embargo fray Luis no ha nacido en Salamanca, sino lejos, en Belmonte (Cuenca) en 1527, según la mayoría de los estudiosos, o quizá en 1528: el cómputo de las edades en la época resulta más aproximativo que en la nuestra y los documentos con frecuencia se contradicen. Es hijo de Lope de León y de Inés Varela; por vía de ambos se localizan los ascendientes conversos que remontan a quinto grado genealógico, pero llegan a la cercanía de una tía abuela penitenciada, y nos sitúan en la villa de Quintanar del Rey, al sur de la provincia de Cuenca.

Su padre es abogado y al obtener un cargo en la corte se establece en Madrid, a donde viaja la familia en 1533 o 1534. El niño Luis tiene entonces cinco o seis años. Después, al trasladarse la corte a Valladolid en 1536 volvió a desplazarse la familia León hasta la capital castellana. De esos años infantiles nada se sabe, hasta 1541, en que el padre obtiene el cargo de oidor en la chancillería de Granada y provoca un nuevo traslado familiar. Pero para entonces, el joven Luis, con catorce años, está ya en edad de iniciar estudios más serios y es enviado a estudiar a Salamanca, donde su tío Francisco de León, es catedrático de Leyes. Pertenece, pues, fray Luis a una familia bien situada de juristas, tanto en el ejercicio práctico, como en la docencia; y la intención de su padre debió de ser la de que el primogénito continuara la saga familiar. Sin embargo, el joven debió sentir la llamada de la vocación religiosa, pues ya en la capital del Tormes, ingresa en el convento de los agustinos en 1542, y profesa de agustino junto con otros novicios el 29 de enero de 1544, cuando tiene 17 años.

A partir de ese momento su vida se orienta a recibir la formación académica necesaria que le permita acceder en el futuro a la carrera docente universitaria. Inicialmente cursa los estudios de Artes (Gramática latina, Lógica, Filosofía Moral y Natural), necesarios para acceder a una de las titulaciones superiores (Teología, Medicina, Leyes, Cánones). Era frecuente que los frailes profesos cursaran esos estudios en sus propios conventos, y convalidaran después los estudios ante la Universidad mediante un examen. Fray Luis siguió esos trámites para obtener el título de bachiller en Artes entre los años 1544 y 1546. El curso 1546-47 se matricula como estudiante en la Facultad de Teología, donde cursará sus estudios durante cuatro años y medio, como establecían los estatutos de la Universidad, hasta 1551. A partir de ese momento iría combinando la formación académica con el ejercicio de la docencia en conventos de la propia orden, como los de Soria y Salamanca. Y con la participación en actividades de la Orden, como el capítulo convocado en Dueñas (Palencia) en 1557 en que se encarga a fray Luis el sermón de apertura. Su denuncia fogosa de los males de la Orden no dejó indiferente a los mayores, que señalan el celo mal entendido del joven.

En Salamanca fueron sus profesores más destacados Melchor Cano, en la cátedra de Prima (porque se impartía a primera hora de la mañana) y Gregorio Gallo en la de Biblia. Otras materias teológicas se explicaban en la cátedra de Durando (el maestro de las Sentencias) y en la de Vísperas (por la tarde). En el currículum salmantino pesaba la teología escolástica (basada en la lectura de Santo Tomás y sus comentaristas) más que la llamada teología positiva (la centrada en la explicación de los textos bíblicos). Eso parece justificar la decisión de fray Luis de completar sus estudios con un curso en la facultad de Teología de Alcalá, para escuchar las explicaciones del dominico fray Mancio del Corpus Christi y del cisterciense Cipriano de la Huerga en la cátedra de Biblia, decisivo en la orientación humanística de su aproximación a la Escritura.

En 1560 obtiene mediante exámenes los títulos de licenciado (licentia docendi) y de maestro (doctor) en Teología. A partir de ese momento, podía optar a la docencia universitaria. Y es lo que hace, presentándose en julio de ese mismo año a la oposición por la sustitución de la cátedra de Biblia, que había quedado vacante. Se opone a varios concursantes, entre ellos Gaspar de Grajal, que resulta finalmente el ganador. Curiosamente, a pesar de que las oposiciones a cátedras estaban salpicadas de escándalos, conflictos y rencillas entre los candidatos, fray Luis y Grajal se hacen amigos y compartirán opiniones y decisiones en el claustro salmantino ante los colegas. Y compartirán la experiencia decisiva de la cárcel inquisitorial, pero con suerte para Grajal, que morirá en prisión.

Planteada ya las intenciones curriculares de fray Luis, comienza un peregrinaje por distintas cátedras de Teología, que le lleva a la cátedra de Santo Tomás, en 1561 y a la cátedra de Durando en 1565. Esta es la que ocupa cuando en 1572 se desata el episodio que mejor se conoce de la vida de fray Luis: la denuncia y prisión en las cárceles de la Inquisición entre 1572 y 1576, el proceso de fray Luis.

El ambiente de crispación en la Universidad de Salamanca venía de lejos. A él contribuye el sistema de oposiciones a cátedras, en las que intervenía decisivamente el voto de los alumnos, con un complejo sistema de recuento en el que había que considerar no sólo el voto personal, sino la calidad del votante, es decir, el haber cursado más o menos cursos; era frecuente la formación de grupos de presión, y los sobornos y fraudes no eran extraños. Junto con ello, la polarización en la Facultad de Teología entre agustinos y dominicos, opositando por las distintas cátedras generaba en ocasiones conflictos y rencillas personales. Es el mundanal ruido que constituye el entorno vital de fray Luis.

Por otra parte, un hecho concreto viene a provocar la tentación de denuncia contra fray Luis y otros colegas. En 1569 se inicia la comisión de teólogos presidida por el decano de la Facultad, Francisco Sancho, comisario después del Santo Oficio, para examinar el texto de la Biblia de Vatablo y su posible reimpresión por el librero salmantino Portonaris. Las reuniones derivaban con frecuencia en duros enfrentamientos y amenazas entre fray Luis y León de Castro, profesor de griego en la Facultad de Artes y defensor de opiniones contrarias a las del agustino. Ese apasionamiento tenía por objeto la puesta en cuestión de la autoridad de la Vulgata y de la traducción griega de los Setenta, frente al mejor conocimiento de los textos originales hebreos. De la misma opinión que fray Luis son el catedrático de Biblia, Gaspar de Grajal, y el catedrático de Hebreo, Martín Martínez de Cantalapiedra.

Los tres son denunciados por León de Castro y por el dominico Bartolomé de Medina, resultando la denuncia en el encarcelamiento de los tres en el mes de marzo de 1572. Se inicia así una experiencia humana de la que fray Luis sale con nueva fortaleza, pero que causa el abandono de su actividad y el retiro por parte de Cantalapiedra, y que acaba en 1575 con la vida de Gaspar de Grajal antes de cerrarse el proceso. Finalmente, los tres serán absueltos, fray Luis en 1576, Cantalapiedra en 1577, y Grajal, cuyo proceso continúa incluso después de muerto, en 1578.

Las acusaciones, diez en primera instancia, a las que se añaden otras nuevas a lo largo del proceso, son de importancia. Una parte de ellas tiene que ver con cuestiones relativas a la autoridad de la Vulgata; con el sentido literal del Cantar de los Cantares y la posibilidad de traducirlo al romance otras; en conjunto, las proposiciones calificadas por la acusación muestran el cuestionamiento profesional de una forma tradicional de entender la Teología.

Durante los cuatro años largos que dura el proceso, lento y minucioso, de marzo de 1572 a diciembre de 1576, fray Luis se enfrenta con entereza (pero, como no podía ser menos, también con momentos de flaqueza y de miedo) y denuncia la lentitud de la burocracia y la maldad de sus acusadores, la envidia y mentira de la que según la tradición -poco verosímil- dejó constancia en las paredes de las cárceles de Valladolid:

Aquí la envidia y mentira
me tuvieron encerrado...

También es leyenda que fray Luis escribiera en la cárcel buen parte de su obra literaria. Ni la situación vital, ni las fuerzas, ni las condiciones materiales (con el papel de que dispone contado y signado por los comisarios) avalan tal hipótesis. Podemos pensar como mucho en «apuntamientos» (a los que él mismo se refiere) y quizá, algún poema, como la Oda que comienza Virgen que el sol más pura. Pero la mayor parte de su ingenio estuvo volcado a la escritura de largos textos de argumentación teológica, vitales para su defensa, y en los que se muestra convencido de su inocencia: «No me acusa la conciencia, ni de hecho, ni de pecho, que aquesto merezca».

En esos escritos, en los que palpita el espíritu indomable y batallador que parece mantenerle vivo, reconstruimos una concepción de la teología, más acorde con el espíritu humanista: el mejor conocimiento de las lenguas en que se han escrito los textos originales permitirá una mejor traducción de los textos bíblicos; hay que contar con los problemas que plantea una compleja transmisión manuscrita, que ha ido incorporando errores por la ignorancia de los copistas. Con todo ello se construirá una teología bíblica en la que nuevos sentidos iluminen los textos. Pero todo ello será visto como escandalosa novedad mal sonante y herética. Y es que, como había escrito Cantalapiedra en 1572 previendo lo que se les venía encima: «Los tiempos andan peligrosos; cierto sería mejor andar al seguro y sapere ad sobrietatem».

El 7 de diciembre de 1576 llega de Madrid sentencia absolutoria, recomendando que sea reprendido y advertido de la necesaria moderación y prudencia:

«El dicho fray Luis de León sea absuelto de la instancia deste juicio y en la sala de la audiencia sea reprendido y advertido que de aquí adelante mire cómo y adonde trata cosas y materias de la cualidad y peligro que las que deste proceso resultan y tenga en ellas mucha moderación y prudencia como conviene para que cese todo escándalo y ocasión de errores, y que se recoja el cuaderno de los Cantares traducido en romance».

Había pasado la tormenta y el fraile salía fortalecido, como la encina a la que se ha cortado una rama y de la poda salen brotes renovados:

Bien como la ñudosa
carrasca en alto risco desmochada
con hacha poderosa,
del ser despedazada
del hierro, torna rica y esforzada...

Es la traducción poética del lema horaciano que adopta como emblema para que figure al frente de todas sus obras impresas: Ab ipso ferro y que pronto es interpretado como señal de su soberbia vehemencia frente a sus acusadores y juzgadores.

De vuelta a Salamanca en diciembre de 1576, se reintegra a la Universidad, pero como su antigua cátedra de Durando estaba ocupada en propiedad, la Universidad le ofrece una cátedra extraordinaria de Teología para que explique teología escolástica. Ocupa esa cátedra hasta 1578 en que oposita y gana la cátedra de Filosofía Moral, en la Facultad de Artes. Es un paso intermedio para llegar a la que era su verdadera aspiración: la cátedra de Sagrada Escritura, la misma a la que había opositado en su primer intento en 1560. Ahora, en 1579, la gana, teniendo como rival a un hijo dominico de Garcilaso de la Vega, fray Domingo de Guzmán. De nuevo la oposición se viste de pendencias entre agustinos y dominicos, y se rodea de la acusación de fraude en el recuento de votos. Pero la chancillería de Valladolid falla a su favor y podrá desempeñar su docencia sin nuevos cambios de cátedra hasta el fin de sus días.

Es ahora, alcanzada su meta académica, cuando se dedica a la creación literaria en latín y en romance. El contacto con los libros lo ha tenido fray Luis desde sus primeros años en Salamanca, manteniéndose al tanto de novedades y comprando ediciones de sus amados clásicos. Su situación económica, desahogada, se lo permite. E incluso estando en la cárcel pide que se le compren libros de que carece y necesita para su defensa; o manda que le traigan sus Homero, Píndaro, Horacio...

De los nombres de Christo en tres libros, 1587 Pero hasta este momento nada ha publicado fray Luis, aunque ha ido cobrando fama como poeta, sin que podamos trazar una cronología cierta al respecto, salvo que algunas de sus traducciones poéticas de Horacio habían aparecido en la edición de las obras de Garcilaso que publica en 1574 Francisco Sánchez de las Brozas, el Brocense, catedrático de Retórica en Salamanca. Si tomáramos al pie de la letra (obviando su carácter de tópico y su problemática autoría) el texto de la dedicatoria de sus poemas, deberíamos concluir que estos habrían sido obra de sus tiempos de estudiante («entre las ocupaciones de mis estudios, en mi mocedad y casi en mi niñez...»). Sin embargo, hay constancia de que algunas de sus mejores odas las compuso en la década de los sesenta y ochenta, y que la poesía ocupó como actividad toda su vida, como se ve en la aparición de versiones distintas de traducciones de los salmos en las distintas ediciones de De los nombres de Cristo, en traducciones de Horacio o en la Exposición del libro de Job.

También en torno a 1561 había realizado el comentario romance al Cantar de los Cantares, retirado por la Inquisición (y que no verá la luz hasta 1798), y, como sabemos por el proceso, ha traducido el libro de Job en romance, quizá como preludio al comentario en castellano que proyecta hacer.

La perfecta casada, 1595 Lo primero que sale a la luz, en 1580, es un volumen con dos comentarios bíblicos en latín, al Cantar de los Cantares, y al salmo XXVI. Se publica en Salamanca, en la imprenta de Lucas de Junta, y se reedita en 1582. Podemos considerar esa salida pública como la tarjeta de presentación del profesor de Biblia en busca de su prestigio y reconocimiento. Y enseguida se pondrá manos a la obra para construir su prestigio literario, dando a la imprenta su primera gran obra en español y una de las cumbres del Renacimiento: De los nombres de Cristo. El diálogo de los tres frailes agustinos, Marcelo, Juliano y Sabino, constituye un auténtica summa de la teología humanista, y una cumbre prodigiosa de la prosa renacentista, en busca de su estatus de lengua clásica. La obra sale en 1583, en las prensas salmantina de Juan Fernández, en dos libros. Vuelve a aparecer, ya con su forma terminada en tres libros, en 1586, por los herederos de Mathias Gast, también en Salamanca, y finalmente en 1587 en la versión definitiva, en la imprenta de Guillermo Foquel. Cada una de estas ediciones sale acompañada de una obra, La perfecta casada, que es un comentario del sentido moral del capítulo 31 del libro de los Proverbios.

En esos años ochenta, fray Luis ha retomado también la escritura de otro comentario bíblico, la Exposición del libro de Job, un verdadero reto para un biblista cuya terminación le llevará el resto de su vida, ya que firma los últimos capítulos en marzo de 1591, y la muerte le sorprende en agosto. El libro, otro comentario bíblico en romance, como el que estuvo implicado en el proceso de 1572, no será impreso hasta 1779.

Un nuevo proceso en 1582, por opiniones expresadas en un acto en la Facultad de Teología sobre la justificación y el libre albedrío, le lleva en 1584 ante el Cardenal Gaspar de Quiroga en Toledo, para ser de nuevo recriminado:

«...le amonesta benigna y caritativamente que de aquí adelante se abstenga de decir ni defender pública y secretamente las proposiciones que parece haber dicho y defendido...».

Los años ochenta son época de grandes trabajos universitarios, tanto en la docencia de la cátedra de Biblia, y los actos extraordinarios, como atendiendo comisiones y encargos de gestión universitaria: reforma de los estudios de Gramática, reforma del calendario, pleito sobre los colegios mayores (que le llevan a ser recibido en audiencia por el propio rey Felipe II), censuras de libro, etc. Estos encargos le alejan cada vez más de la docencia, y le ponen en contacto con nuevas actividades y nuevas personas que llenarán los últimos años de su vida. Una de ellas es la Madre Ana de Jesús, sucesora de Teresa de Jesús al frente de las carmelitas descalzas. Ella le encarga a fray Luis que ponga orden en los papeles de la madre Teresa, y los prepare para la imprenta. Fray Luis llevará a cabo esa labor de editor y crítico textual, culminando con la edición de las obras de la Madre Teresa de Jesús en Salamanca, en 1588, a cargo del que ya es el editor de fray Luis, Guillermo Foquel. Ana de Jesús es también la persona que le anima a retomar su comentario del libro de Job y que le propone como asistente al capítulo de los frailes carmelitas descalzos en 1590.

1591 comienza para fray Luis con un agravamiento de su salud, probablemente un tumor. En enero se justifica ante la Universidad por sus largas estancias en Madrid, y presenta certificados médicos de su quebrantada salud. Termina los últimos capítulos del Libro de Job, entre Madrid y Salamanca, se reincorpora a las clases de verano de la Universidad en julio, pero en agosto debe presidir el capítulo de la Orden, que se reúne en Madrigal de las Altas Torres (Ávila). El 14 de agosto es elegido Provincial de la Orden en ese capítulo, pero no pudo llevar a cabo ninguna acción como tal, porque el 23 de agosto muere en el convento de San Agustín del lugar. Su cuerpo es trasladado a Salamanca, donde llega el día 24 por la noche. Se le entierra con asistencia de la Universidad y de los conventos en el claustro del convento de San Pedro de la Orden de San Agustín.

Muchos años después, reducido el convento a ruinas por el abandono y los estragos de la Guerra de la Independencia, la Universidad de Salamanca y la ciudad se propusieron recuperar los restos de su hijo insigne. Una comisión inició los trabajos de localización entre las ruinas del convento que concluyeron el 13 de marzo de 1856 con la exhumación. El 28 de marzo de 1856 los restos localizados fueron trasladados solemnemente a la capilla de San Jerónimo de la Universidad, celebrándose primero unas exequias en la catedral y una procesión posterior hacia el Estudio salmantino. Aquel día, sobre el féretro que contenía los restos del agustino, junto a las insignias doctorales, una corona de laurel y un tintero, reposaba el manuscrito autógrafo de la Exposición del Libro de Job, la obra a la que fray Luis puso punto final poco antes de morir.

Tras un periodo de suscripción nacional, el 25 de abril de 1869 se inaugura el mausoleo de la capilla y la estatua en bronce que preside el Patio de Escuelas de la Universidad de Salamanca, obra de Nicasio Sevilla. Se sellaba así en bronce la perpetua memoria del Maestro de la Universidad, convertido en símbolo romántico de la libertad del intelectual frente al poder.


Javier San José Lera
Bibliografía
* Adolphe Coster, «Luis de León, 1528-1591», Revue Hispanique 53 (1921) 1-468 y 54 (1922) 1-346.
* Aubrey Bell, Luis de León. Un estudio del Renacimiento español, Barcelona: Araluce, 1927.
* Karls Vossler, Luis de León, Madrid: Austral, 1946.
* José Barrientos García, Fray Luis de León y la Universidad de Salamanca, Madrid: Ediciones Escurialenses, 1996.

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